El Blog Acropolitano
Filosofando

La más extraordinaria visita al centro de Egipto

Conocer Egipto es una de las experiencias más conmovedoras para un amante de las civilizaciones milenarias. Siempre oí decir que Egipto es el país del misterio, y conocerlo fue una constatación de aquella enigmática sentencia.

La primera gran impresión es descubrir su gente. Cuando pregunté sobre qué culturas habían habitado y conquistado esta tierra, la respuesta fue contundente: “Todas”. Y efectivamente, el antiguo país de Kem o Kemú – como se cree que se le conocía en la antigüedad – es una de las tierras más viejas de las que se tenga registro de sitios habitados por la humanidad.

Sus primeros habitantes se hunden en la historia para penetrar en la prehistoria, y con esto, nos encontramos con uno de los más grandes enigmas de la humanidad. Así pues, estos pueblos que se entiende que estaban en un estado semi-humano, que apenas conocían el fuego, la agricultura y la ganadería, se fueron a habitar a un oasis en medio de gigantes y espantosos desiertos, y en cuestión de unos siglos, sin ninguna tecnología conocida por nuestra civilización, realizaron mega construcciones, trasladando, levantando y puliendo piedras de hasta 60 toneladas y a alturas de hasta 150 metros; o irguieron obeliscos de 450 toneladas luego de inscribirlos con su misteriosos lenguaje de jeroglíficos.

¿Quiénes fueron ellos? No se sabe, algunos dicen que fueron “pueblos primitivos”, otros dicen que fueron colonias atlantes, otros dicen que fueron extraterrestres, lo cierto es que nadie sabe casi nada sus orígenes y de cómo alcanzaron tan alto nivel civilizatorio. Estos extraordinarios constructores, con héroes como Ramsés II, tuvieron invasiones y migraciones de los hurritas, los hititas, los hicsos, los nubios africanos, los semitas judíos, fueron conquistados políticamente por los macedónicos en la época de Alejandro Magno, iniciándose así las dinastías de los Ptolomeos, luego pasaron al poder de los romanos, convirtiéndose de reino independiente a una provincia romana, en la época de César Octaviano; pasaron más de cuatro siglos, y luego de fuertes tensiones políticas y religiosas entre los romanos, cristianos coptos y judíos – ver la película Agora de Alejandro Amenábar – cae en manos de los árabes a manos del califa Omar; es liderada por los Mamelucos, pasa a monos de los turcos otomanos, las tropas de Napoleón se asentaron y lo estudiaron, los británicos tomaron el control del país por varias décadas, hasta lograr en la actualidad un gobierno propiamente egipcio, puente entre el mundo occidental y el oriente medio.

Hoy día, ¿quiénes son los egipcios?, una peculiar fusión de gente amable, hospitalaria, cariñosa y la vez estricta y fuerte. Es gente muy acostumbrada a recibir extranjeros – hace miles de años lo hacen – que saben hacer sentir bien a sus visitantes (cuando quieren, obviamente), logrando que sus huéspedes quieran volver a visitarlos y disfrutarlos.

¿Qué fue lo que más me llamó la atención de ellos? Muchas cosas, en primer lugar conocer a los egipcios es introducirse en la cultura del mundo árabe – por lo menos los egipcios musulmanes que yo conocí –. Conocer sus costumbres, sus necesidades, sus relaciones familiares, sus formas de enamoramiento, sus gustos y orgullos, nos conectan con otra forma cultural bien distinta a las que yo antes hubiese conocido. El sólo hecho de practicar ayunas durante un mes en Ramadán, sin probar comida ni bebida alguna mientras dura la luz del sol, me pareció una dura forma de fortalecer el carácter; o vestir el cuerpo con un completo velo, para resguardar la belleza y la dignidad femenina, me pareció algo extrañísimo.

Uno podría creer que esa gente está muy sometida y restringida con esas singulares costumbres, pero al conversar con ellos, nos demuestran lo contrario. Llama mucho la atención descubrir personas que se mantienen muy fieles a sus preceptos religiosos – con las posibles estrecheces y fanatismos que esto pueda conllevar, que por cierto se ven en todas las culturas –; que tienen una especie de abnegación a los designios que le “manda” su Dios; que guardan cierta inocencia, la inocencia del niño, o la inocencia del campesino que no conoce la agresividad y el temor de las grandes capitales más importantes del mundo occidental.

Y unido al asombro de conocer una forma cultural tan distinta, y luego de recorrer horas de áridos desiertos y montañas, voy entrando al gran oasis donde se han asentado durante tantos milenios estos pueblos. Llegamos a Quena, una provincia y región, que debido a las diferentes canalizaciones que se han hecho al río Nilo, se tienen grandes campos sembrados, todos verdes, muy verdes; en ellos se ven campesinos cultivando, sembrando o simplemente caminando. No se les ve angustia ni estrés, en su mirada no reflejan resentimiento ni temor; y en ese momento siento como si el tiempo se hubiese detenido, me imagino a esta gente que podría estar sembrando y cosechando tanto para el faraón, como para venderlo a algún comerciante que quiera llevar sus productos a la gran megalópolis de El Cairo. Cuando desperté de este “sueño”, simplemente pensé que ese verde es un milagro, el milagro de la Vida que se da paso triunfante, desafiante y benefactora en medio del desierto. Cuando el campo se transformó en pueblo y la larga fila de casas se iba abriendo a lo largo del camino, las personas salían riendo y saludando, pedían que se les tome fotos desde el bus en el que transitábamos, era una verdadera fiesta de los habitantes de aquel verde paraje, o por lo menos así nos lo hacían sentir.

Finalmente llegamos al tan esperado centro arqueológico: Abydos. Al ingresar, y luego de ascender por una imponente rampa, se encuentran sus pilonos destruidos, aquellos portales de ingreso, por donde alguna vez atravesaron antiguos sacerdotes de aquel pueblo tan místico y mítico.

Al ingresar por su sala hipóstila se piensa en Magia y Fuerza, sus altas columnas de gran belleza y colorido, nos deslumbran con tanta policromía, con su techo completamente escrito y pintado, con sus tragaluces que dan paso unos haces luminosos asombros. Caminar y perderse por ese bosque de columnas nos da una fuerte sensación de elevada firmeza, de verticalidad y de ascensión.

Sus salas internas y capillas, llenas de grabados e imágenes me transportaron a viejas lecturas de libros y anécdotas, que hablaban de príncipes y míticos sarcófagos. Primero se visitan las siete capillas dedicadas a siete divinidades, luego se ingresa a otras capillas más internas, más ocultas, y en ellas al ver sus salas tan cargadas de símbolos, jeroglíficos y dioses, me invadió una enorme emoción, un sentimiento de haber descubierto un poco de eternidad; en este lugar tan especial, creo que de alguna manera me encontré y me perdí a la vez.

Al salir por un largo pasillo ascendente, encontré el Osirión, una de las arquitecturas más colosales que jamás he conocido, se dice que es el mítico santuario donde está el sarcófago de Osiris, algunos dicen que es el centro más importante y misterioso de Egipto, sea como fuera, yo allí me tranquilicé, y contemplando sus grandes bloques que forman unos arcos subterráneos rectilíneos y pesados, vino a mi mente aquella frase que citara la gran filósofa y viajera H. P. Blavatsky: “entonces tu alma oirá y recordará, y al oído interno le hablará La Voz Del Silencio”.

Al salir del gran Templo, los guardias me invitaron de su comida, pan árabe y algunos nachos, me lo dieron con sus propias manos, tal vez sucias, pero para mí fueron muy fraternales, me dijeron mucho. Fui saliendo lentamente, en el bus ya todos me estaban esperando, pero a mí me costó mucho salir de aquel lugar.

Hay mitos que dicen que en aquellas tierras se encuentra toda la Magia y Poder de Egipto, en ellas yo no oí nada, pero a la vez oí mucho.

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